Cuando el reclutamiento de la guerra grande me vinieron a cogé, y me les convertí en mata de plátano. Despertose la codicia con la fortuna de Guerra y de casi todos los puertos de la Península se aprestaron expediciones para la Nueva Andalucía, que así llamó Ojeda a toda la parte oriental de la costa. Caballero -exclamó inclinándose-, doble fortuna es la mía que, impensadamente, me pone a los pies de un marido tan digno de su linda esposa. Hoy, mientras venía en el tranvía, carpeteaba a una jovenzuela que, acompañada por el novio, ponía cara de hacerle un favor a éste permi¬tiéndole que estuviera al lado. En Caballito, la niña subió a una combinación, mientras que el gil se quedó en la acera esperando que el bondi rajara. Así iba yo pensando en el bondi donde la moza las iba de interesante por el señor que la acompañaba. De esta suerte, ya no quedaban caballos mansos sino potrones, ni había vaqueros sino enfiestados; y el viejo Zubieta, el dueño del hato, borracho y gotoso, ignorante de lo que pasaba, esparrancábase en el chinchorro a dejar que Barrera le ganara dinero a los dados, a que Clarita le diera aguardiente con la boca, a que la peonada del enganchador sacrificara hasta cinco reses por día, desechando, al desollarlas, las que no parecieran gordas.
Juro que la autoengrupida no pronun¬ció media docena de palabras durante todo el viaje, y no era yo sólo el que la venía carpeteando, sino que también otros pasajeros se fijaron en el silencio de la fulana, y hasta sentíamos bronca y vergüenza, porque el mal trago lo pasaba un hombre, y ¡ Pues, a crearle al síndico complicacio¬nes que lo sindicarán como mal síndico. Este es el mal individuo, que si frecuentaba nuestras casas convencía a nuestras madres de que él era un santo, y nuestras madres, inexpertas y buenas, nos enloquecían luego con la cantinela: -Tomá ejemplo de Fulano. La bondad de este hombre siempre queda sin¬tetizada en estas palabras: «El proceso no afectó ni mi buen nombre ni mi honor». Y el buen muchacho era el que le ponía alfileres en el asiento al maes¬tro, pero sin que nadie lo viera; el buen muchacho era el que convencía al maestro de que él era un ejemplo vivo de aplicación, y en los castigos colectivos, en las aventuras en las cuales toda la clase cargaba con el muer¬to, él se libraba en obsequio a su conducta ejemplar; y este pillete en se¬milla, este malandrín en flor, por «a», por «b» o por «c», más profun¬damente inmoral que todos los brutos de la clase juntos, era el único que convencía al bedel o al director de su inocencia y de su bondad.
El hombre corcho, el hombre que nunca se hunde, sean cuales sean los acontecimientos turbios en que está mezclado, es el tipo más intere¬sante de la fauna de los pilletes. Y tanto va y viene, y da vueltas, y trama combinaciones, que al fin de cuentas el hombre Corcho los ha embarullado a todos, y no hay Cristo que se entienda. En tanto las cuadras pasaban y el Romeo de marras venía dale que dale, conversando con la nena que me ponía nervioso de verla tan consentida. El gil que la acompañaba ensayaba todo el arte de conversa¬ción, pero al ñudo; porque la nena se hacía la interesante y miraba al es¬pacio como si buscara algo que fuera menos zanahoria que el acompa¬ñante. Corcho desde el aula, continuará siempre flotando; y en los exáme¬nes, aunque sabía menos que los otros, salía bien; en las clases igual, y siempre, siempre sin hundirse, como si su naturaleza física participara de la fofa condición del corcho. Ambrosio de Alfinger y Sailler, su segundo, fueron los primeros factores de los Welsers, y su conducta la que debía esperarse de unos extranjeros que no creían conservar su tiránica propiedad un momento después de la muerte del Emperador.
El derecho de opresión recayó por muerte de Alfinger en Juan Alemán, nombrado de antemano por los Welsers para sucederle, y que hubiera merecido el agradecimiento de la posteridad de Venezuela si hubiese hecho guardar a sus compañeros la moderación que distinguía su carácter. Sí, indulgentes. Porque más de una vez he pensado que la magnífica indulgencia que ha hecho eterno a Jesús, camisetas de futbol derivaba de su con¬tinua vida en la calle. Pocas ciudades de América pueden gloriarse de haber hecho tan rápidos progresos como los que hizo Trujillo en el primer siglo de su establecimiento. Una vez que el Con¬greso esté constituido y que todas las instituciones marchen como deben yo no pondré ningún inconveniente al cumplimiento de mis compromisos. Cierto es que tu novio tiene cara de zanahoria, con esa nariz fuera de ordenanza y los «tegobitos» como los de una foca. Siempre fue así, bellaco y tramposo, y simulador como él solo. Y el ganancioso, el único ganancioso, es él.